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Autoras invisibles: las mujeres detrás de obras firmadas por hombres

Hubo un tiempo en el que, para que un libro fuese respetado, el nombre de un hombre debía ocupar la portada aunque la obra fuera de una mujer. La historia nos habla de numerosas mujeres que han tenido que ocultar su identidad para poder publicar sus obras. En una sociedad que antaño consideraba la literatura un terreno masculino, muchas autoras optaron por usar seudónimos o permitir que sus trabajos fueran atribuidos a hombres para que su talento fuera tomado en serio. Son lo que se conoce como ‘autoras invisibles’, las cuales contribuyeron decisivamente al desarrollo de la literatura, aunque durante años sus nombres reales permanecieron en la sombra.

Hoy en día, estas historias ocultas han salido a la luz y muchas han quedado probadas. Otras, seguramente, nunca se conozcan. En esta Pausa, queremos dar visibilidad a algunas de ellas.

Amantine Aurore Lucile Dupin como George Sand

La baronesa Dudevant, nacida el 1 de julio de 1804 en París, es recordada como una de las escritoras más influyentes del siglo XIX. Bajo el seudónimo de George Sand, publicó novelas, obras de teatro y memorias que la convirtieron en una figura literaria central de su tiempo.

Su vida fue tan rompedora como su obra: vestía con ropa masculina, fumaba en público y mantenía una independencia poco habitual para una mujer de su época. Su evolución literaria refleja el tránsito del romanticismo al realismo, con una creciente preocupación por la justicia social y los derechos humanos. Falleció el 8 de junio de 1876 en Nohant-Vic, Francia, dejando tras de sí una huella imborrable en la literatura europea.

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Mary Shelley y su esposo Percy Bysshe Shelley

El caso de Mary Shelley es uno de los más conocidos, pero no menos injustos. Aunque hoy se reconoce que fue la autora de Frankenstein (1818), durante mucho tiempo la autoría se atribuyó a su esposo, el poeta Percy Bysshe Shelley. El libro fue publicado de manera anónima y, dado que Percy escribió el prólogo, muchos críticos asumieron que él debía ser el verdadero autor.

Solo años después, se reconoció oficialmente la autoría de Mary, una joven que contaba con apenas 19 años cuando concibió una de las novelas más influyentes de la literatura universal. Su obra inauguró la ciencia ficción moderna y exploró profundas cuestiones filosóficas sobre la creación, la identidad y la soledad, temas que todavía resuenan en la cultura contemporánea.

Louisa May Alcott como A.M. Barnard

Antes de conquistar al público con Mujercitas, Louisa May Alcott escribía bajo el seudónimo masculino A.M. Barnard. Sus primeras obras eran historias llamadas ‘sensacionalistas’, cargadas de pasión, venganza y misterio. La mayoría muy alejadas del tono moral y familiar que más tarde la haría famosa. Estas novelas, consideradas inapropiadas para una mujer en la sociedad victoriana, muestran la versatilidad y audacia de una autora que debió ocultarse tras un nombre masculino para ser publicada.

Más adelante, Alcott adoptó un estilo más domesticado y moralista, en sintonía con las expectativas del público femenino de la época. Sin embargo, sus textos ‘oscuros’ redescubiertos en el siglo XX revelan una faceta más compleja y moderna. Muestran, de alguna manera, a una escritora que exploraba el deseo, la ambición y la independencia femenina mucho antes de que estos temas fueran aceptados. Louisa May Alcott luchó por tener voz propia en un mundo que las quería silenciosas.

Las hermanas Brontë como Currer, Ellis y Acton Bell

Otro caso emblemático es el de las hermanas Brontë, quienes firmaron inicialmente como Currer, Ellis y Acton Bell para evitar el prejuicio editorial contra las mujeres. Charlotte (Jane Eyre), Emily (Cumbres borrascosas) y Anne (Agnes Grey) publicaron bajo esos nombres masculinos en 1847. Solo después del éxito de sus obras revelaron su verdadera identidad.

El uso de seudónimos fue, más que una estrategia para ser publicadas, una forma de protegerse de las críticas que una escritura femenina considerada demasiado apasionada habría suscitado. Sus novelas desafiaron los límites morales y sociales de la Inglaterra victoriana, abordando el deseo, la soledad, la rebeldía y la búsqueda de libertad. A pesar de sus cortas vidas, las Brontë dejaron huella en la narrativa inglesa sin importar el género.

Cecilia Böhl de Faber como Fernán Caballero

En España Cecilia Böhl de Faber publicó sus obras bajo el seudónimo Fernán Caballero, consciente de que una mujer no sería tomada en serio como novelista. Sus relatos costumbristas y moralistas, como La gaviota (1849), fueron pioneros en el realismo español y le valieron un reconocimiento que, en su época, no habría conseguido con su verdadero nombre.

Böhl de Faber provenía de una familia culta y cosmopolita, y desde joven mostró interés por la literatura y las tradiciones populares andaluzas. Su seudónimo le permitió explorar temas sociales con libertad y ganarse un espacio entre los escritores de prestigio de su tiempo. Sin embargo, también vivió el conflicto interno entre su deseo de independencia intelectual y las convenciones morales que la limitaban. Su figura representa la paradoja de muchas escritoras del siglo XIX: mujeres que tuvieron que esconderse para poder ser vistas.

Su lucha por ser escuchadas allanó el camino para las generaciones futuras de escritoras. Hoy, reconocerlas es un acto de justicia literaria y de memoria histórica.

¿Conoces a alguna otra autora que escribiera en las sombras? ¡Nos leemos en la próxima Pausa!