Desde los principios de la Edad Antigua, los puentes han salvado aguas o abismos para unir a los pueblos. Imperios como el Romano, Persa o Chino construyeron caminos de madera o piedra para extender su cultura y demostrar su progreso científico. Muchos de ellos, como el puente romano de Alcántara (103 d.C.) que cruza el río Tajo en Cáceres, o el Puente Anji (605 d.C) levantado por la dinastía Sui al sureste de China, aún permanecen en pie. Con la misma importancia, hoy en día, encontramos el puente del Bósforo en Estambul, donde Asia y Europa se dan la mano, y el Ambassador, que une EE.UU. con Canadá. Sin embargo, si hay uno con una trascendencia histórica poco conocida es el Oresund, el último puente de los reyes.