Café y literatura: escritores amantes del café

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De sobra conocidas son las propiedades del café como estimulante y revigorizante pero, ¿sabes la especial conexión que durante la historia ha tenido con la literatura? Numerosos escritores decían preferir el café al alcohol, ya que los mantenía en estado de alerta y mayor concentración a la hora de escribir y entregar sus obras. En este artículo os hablamos sobre escritores que tuvieron un vínculo especial con el café, y cómo influyó este en sus piezas literarias. 

No podemos empezar este repaso sin hablar del padre accidental de la cafeína, el escritor alemán Goethe. A Goethe le gustaba tanto el café, que se interesó incluso por su composición y el porqué de sus efectos. Para ello se sirvió del científico Friedlieb Ferdinand Runge, al que entregó una bolsa de granos de café pidiéndole que analizara su composición. Runge identificó la cafeína como compuesto, dándole una explicación al hecho de tomar café para activarse por la mañana. 

De Honoré de Balzac se cuenta que era un verdadero adicto al café. Presumía de tomar unas 50 tazas al día, hecho que pudo incluso acelerar su muerte temprana. Escribía unas 15 horas diarias, normalmente aprovechando el silencio de la noche, y con la única compañía de litros de café negro. ¡Incluso masticando directamente los granos!

Si Balzac era un adicto confeso al café, su compatriota Voltaire no se quedaba atrás. Según muchas de sus biografías, ¡llegaba a tomar 60 tazas al día! Sin embargo, y en contra a la opinión de su médico, vivió hasta los 83 años. Además de beberse cantidades ingentes de café, también le gustaba frecuentar cafeterías parisinas donde debatir con otros intelectuales.

Aunque no hay constancia de la locura por el café de Gabriel García Márquez, en muchas de sus obras se representa a los personajes bebiendo o preparando esta bebida, sin azúcar, como lo tomaban los Buendía, protagonistas de Cien años de soledad. La forma de Gabo de describir escenas con el café como protagonista, hace que incluso podamos llegar a olerlo mientras leemos sus novelas. 

Y si hablamos de cafeterías, la mágica saga de Harry Potter se gestó en un café de Edimburgo, donde su autora, J.K. Rowling, se sentaba cada tarde a dar rienda suelta a su imaginación.

Muchos son los escritores que han desarrollado a lo largo de la historia una relación de amor, y hasta dependencia, con la cafeína. Puede que incluso esta sustancia sea la gran culpable de algunas de las mejores obras de la literatura. ¿Conoces a algún otro escritor amante del café?

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