Año 1922. Egipto era un terreno efervescente en el que intrépidos aventureros, apasionados por la arqueología, ansiaban por cualquier pista de antigua civilización que les permitiera escribir una nueva página de su cuaderno de campo. La aridez, el calor y la feroz competencia entre cazatesoros, todo unido a una cultura lejana y a una lengua ininteligible, se convertían en obstáculos a superar para este grupo de occidentales, formado por audaces hombres dispuestos a cualquier sacrificio por descubrir los misterios de una civilización con tan anhelada historia.
En el mes de noviembre, entre todo este bullicio, alguien encontró algo. Mientras lo descubría, poco a poco, pensó: “tengo que estar muy seguro”. De ser cierto lo que estaba examinando, la noticia correría como la pólvora y no solo le pondría en un gran compromiso a él, sino a los periodistas que difundieran los hechos y al lugar donde todo esto estaba teniendo lugar. Algo muy grande se avecinaba.